-Por aquí pasó ayer un tasugu.-Tenía 8 años, y mi tío Migio así me aleccionaba en la pista de Gormeján. Yo conocía el rastro de la vaca, del caballo, del perro...y poco más. Esas primeras lecciones de rastros, fueron las que más me valieron, porque a partir de ahí, todo fue bastante autodidacta.
La verdad, que los pájaros se pueden estudiar viéndolos directamente. Sin embargo, aprender de los mamíferos sin conocer sus rastros, no es muy viable dado sus costrumbres.
Migio, me enseñó a distinguir las huellas de Corzo de las de Jabalí. Las de Zorros, Tejones y Gatos Monteses. Luego me enseñaría incluso sobre los rastros de Lobo...
Las cientos de horas de campo y la paciencia, hicieron mucho después de aquellas primeras lecciones. Ya con 16 años, me puse en contacto con Benjamín Sanz, un gran rastreador de Zaragoza, del que pude aprender mucho a través de sus libros y cartas.
Aprendes, que rastrear es un arte que se perfecciona con la práctica y con el esfuerzo. Cuando ves una huella, puedes dedicar un mínimo esfuerzo para identificarla, o puedes intentar interpretar lo que ella escribe en el suelo: que animal la dejó, si corría o si iba despacio, de dónde venía y a dónde se dirigía, si iba sólo o acompañado, cuánto hace que pasó, etc.
Y sobretodo, aprendes que no es una ciencia exacta. La cagada de un gato montés, nunca tiene porqué ser del mismo tamaño, color y características. Por eso, que sea tan importante la experiencia en este campo. De no ser así, valdría con llevar la guía.
Hoy, tras 2 décadas de aquellas primeras clases, me encuentro con el rastro de un tasugu en Doñana, y no puedo evitar acordarme aquellos paseos por el monte, y de mi primer maestro...
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