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jueves, 29 de octubre de 2015

Sólo con saber que están ahí...



Aprecia la fauna quien vela por su bienestar, no quien hace todo lo posible por meterse encima de ella en su hábitat. Cuando un medio de comunicación desvela dónde y cuándo ver un oso: oso condenado a la molestia.
Para más inri, molestado muy posiblemente por parte de un grupo de gente que se autodetermine “amantes de los animales”. Esto lo provoca la mayor parte de las veces un desconocimiento por el que todos hemos pasado. Aún recuerdo la desbandada de buitres que creé hace más de 20 años cuando con una cámara compacta de carrete de veinticuatro, y cargando con tanta ilusión como ignorancia, fui sin dilación andando para sacar una foto a aquella carroñada. Estoy seguro que así es como ocurre en la mayor parte de los casos, y es deber para quienes tenemos más aprendida la lección, informar a los interesados sobre cómo intentar ver cada especie minimizando las molestias.
Hay gente con obsesión por ver cuántas más veces, a una u otra especie. Esto no suele pasar con las especies comunes. Nadie se pega por ver zorros o urracas, bellos animales ambos. Hay gente obsesionada por especies como el oso, o como el lince. Especies amenazadas, y sumamente difíciles de ver de no ser en ciertos sitios y en ciertos momentos. Especies que pueden dar cierto prestigio social en determinados círculos sociales. Muchas veces esta obsesión puede conllevar un peligro para el animal por las molestias causadas. Otras pocas veces, el peligro se da la vuelta de la mano (de la zarpa en este caso) de especies como el oso, que viéndose acosado, puede no dudar en cargar para liberarse de un supuesto peligro. El peligro a lo mejor es una persona cuya única intención es sacar una foto cercana al animal. Pero el pelos, que no tiene porqué saber si ese paisano conlleva peligro o no, opta por curarse en salud, pudiendo llegar a poner en peligro la vida de la persona. Así ocurrió hace bien poco en montes cántabros.
He vivido 4 años en “la casa del oso”, y pese a pasar muchos días en el monte, sólo lo vi en 7 ocasiones si no me falla la memoria. Más o menos sabía las mejores zonas para la especie, sin embargo no por ello iba a ellas. Esas zonas las consideraba sagradas y por mi parte, permanecieron casi tan tranquilas como si yo no viviera allí y respirara a través del telescopio. ¿Lo intenté ver decenas o incluso cientos de veces? SÍ, pero limitándome a coger visuales muy largas y amplias, desde donde la observación no implicara molestia ninguna a esas zonas concretas. En esta línea, llegué a ver al oso incluso desde casa. De hecho, grabado está, y lo podéis ver aquí.

Después hay otro tipo de gente, que se presenta siempre que puede en populares sitios para también populares especies (lease oso, lince y lobo). Ocurre esto, a otros niveles, con la berrea del ciervo por ejemplo. Esta gente, va frecuentemente a estos eventos naturales, y curiosamente es habitual que despotrique sobre la masa de gente que se agolpa en dichos sitios. Lo hacen endiosados en una posición que ellos sitúan ajena a la masa. Ejemplo real:
“Es que es una vergüenza que dejen estar aquí a 70 personas en un sitio que hay lincesas criando”. A ver “sotonta”, ¿no estás viniendo tú cada 15 días aquí para ver linces? Pues si crees que esto se hace de una manera que no conlleva peligro para la especie en la actualidad, cosa que creo yo, cállate e intenta disfrutar. Si crees que conlleva peligro, deja de venir y protesta desde casa. Pero si vas probablemente más que nadie en el mundo a ver linces ibéricos, no protestes sobre la abundancia de gente que viene a verlo…porque si realmente es una molestia severa, habrá que regular, o que poner un cupo. Y si se pone un cupo, tú ya gastaste el tuyo y el de toda tu familia hace años. Me puso de muy mala leche aquella “persona”, lo admito. ¡“Sotonta”!
Una vez escuché a una persona decir:
“Si no se pueden ver los osos porque resulta que se les molesta, ¿para qué nos valen?”
Quizás haya que aprender a mirar un paisaje bien conservado, y disfrutarlo sabiendo que allí están. Sin más.

martes, 27 de octubre de 2015

Turón

Hace pocos días pude disfrutar de un turón a la luz del día, algo que nunca antes había conseguido. Sin embargo, la rauda observación, no dio pie a registrar digitalmente. Quedará en la memoria pues...
No obstante, si que pude grabar estos mismos días a esta especie, y en el mismo lugar, pero por la noche, que es cuando estos mustélidos, tienen sus picos de actividad. Os dejo un corto pero valioso frangmento, de lo que si que hay, pero que apenas se ve.



martes, 20 de octubre de 2015

El acebo mágico

Lo recuerdo como una selva cantábrica con una carga energética muy alta para mí. Demasiada al principio... Era un niño, y caminaba sólo hasta el arroyo Gormeján. Hasta allí bien, pero cruzar el río y meterme en aquella mágica montaña, era otro cantar. No eran lo mismo los soleados cagigales de mi querenciosa y conocida ladera, que aquel umbrío dosel forestal.
Cumplía años, y me fui armando de valor. Cuando me di cuenta, con 17, ponía la alarma a las 5, a las 4, e incluso a las 2 de la mañana, para con una linterna de buceador, hacer mis primeras inmersiones nocturnas en aquel mágico bosque. Ya sabía donde me iba a gritar el cárabo, donde iba a ladrar el corzo, o dónde había probabilidades de cruzarme con un tejón. Hay que decir, que era la compañía de Jaque, mi preciado can, la que me empujaba a caminar más y más por esa lúgubre ladera. Para darle más emoción, la mayor parte del tiempo llevábamos la linterna apagada. Ahí el valiente era el perro, que iba abriendo camino. Yo, me limitaba a asirme fuerte a la correa y a seguir sus pasos. No fue ni una, ni dos, ni tres veces las que nos topamos de frente con un tejón que caminaba en sentido contrario. Dos sincronizados bufidos, el del tejón y el del perro, daban paso a un fugaz sobresalto en el tiempo que tardaba en encender la linterna para alumbrar y ver quien era el que "había estado a punto de comernos".
Y así era como dentro de mi monte preferido, el Monte de la Frente, cada semana corría distintas aventuras. Fueron momentos que siempre disfruté en soledad (valga como excepción una jornada con la uña de mi piel: Alejandro "AvesCantábricas"). Únicamente al fondo del valle, y estando yo casi siempre cercano a la cumbre, veía los focos del tractor de "Semanel", que subía como cada día antes del amanecer a atender su cabaña tudanca.
La semana pasada, casi dos décadas después, me encontré en los mismos escenarios. En una escapada rápida por la tierruca, pude recorrer en buena compañía, de día, eso sí, algunos de esos rincones. Había para mí varios lugares mágicos. No pude visitar aquel abrigo bajo la roca en el que pasé más de una noche con esterilla y saco en mitad del hayedo durante mis días invernales de observación de pito negro durante horas, y horas, y horas...pero es que no daba tiempo a todo. Si que pude visitar, sin embargo, otros como el enclave donde yacía el acebo mágico.
El acebo mágico, le llamaba yo a un acebo con varios pies, de tamaño no muy grande, Y que tenía, y únicamente en esto radicaba su magia, una rama (y sólo una rama) con hojas de decolorados bordes. Era igual que algunos que veía en mi ciudad natal en los parques, pero curiosamente, era sólo en una rama, y no en el resto del mismo pie. Alguien que sepa de esto...¿a qué se puede deber?
Lo que me sorprendió de manera grata, es que 18 años después, siga teniendo esa rama.
Me dio por buscarle, y la tontería de encontrarle, me alegró mucho.

lunes, 19 de octubre de 2015

Pelodytes punctatus

Este es el nombre en latín del sapillo moteado. Hace unos cuántos años recuerdo que vi mi primer sapillo moteado en una cueva (hábitat típico de la especie) a orillas del río Pisuerga, en Palencia. El último, fue el otro día después de llegar de viaje, justo a la puerta de casa. No sé si me estaba esperando, o si me la quería ocupar. En cualquiera de los casos, simpático animal.