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viernes, 6 de mayo de 2011

Cautela sí, ¡miedo ni de coña!

Autorretrato durante autorreflexión, mientras navegaba ayer por el mar cantábrico.
Recuerdo aquella madrugada de marzo hace unos 15 años en la que fui dar un paseo por el monte, como cada fin de semana, y me topé con más y más corzos, alrededor de una veintena en total, cuando lo normal era ver 2, 5, 8...Es como si a cada cruce hubiera escogido la mejor opción de camino, de manera que pasase por dónde estaba cada uno de todos los corzos de aquel monte. Sin saberlo, esa mañana fui por el camino bueno.
En la vida, el camino bueno está lleno de bifurcaciones. Al llegar a cada una, nos toca sopesar para decidir. Cuando coges una vereda equivocada, no hay porque alarmarse, más adelante pueden salir nuevas divisiones que nos reconduzcan al camino bueno, y a una mala, incluso se puede retroceder sobre los pasos de uno mismo.
Dudar es normal, también bueno, pues es síntoma de que se sopesa. Sentarse si hace falta, valorar, y decidir, eso es lo que hay que hacer.
El que se siente, valore, siga sentado, siga valorando, y así sin aparente fin, nunca se equivocará, efectivamente. Sin embargo, ha de ser consciente de que tampoco hará nada más mientras esté sentado valorando, pues el disfrute del camino existe mientras andas y ves.
Recuerdo tiempos precedentes a los de aquel día, en los que yo comenzaba a disfrutar del monte. Tenía 9 años, y comenzaba a hacer mis primeras excursiones sólo por Gormeján. Iba bien agusto con Bravo, mi perro por aquel entonces, subiendo las laderas aquellas peladas de vegetación, con visibilidad y claridad. Recuerdo también, pocos años después, cuando cogía la senda que baja al río y llegaba al mismo...enfrente, tenía un frontón formado por roble y haya. Suelo húmedo, escasa luz, y visibilidad limitada. Confieso que llegué varias veces a aquel río, me quedaba quieto y pasmado mirándolo desde la orilla derecha...y con la misma, cargado de un miedo contagiado por aquel fantasmagórico paisaje, me daba la vuelta y volvía a "mi" abierta ladera.
El día que fui capaz de cruzar sólo aquel río y meterme en aquel fantástico bosque cantábrico, comenzó una nueva etapa para mí. Con 17 años, ya me levantaba a las 3 de la mañana y me iba por el monte aquel, sólo, denoche, con niebla si hacía falta, y si había luna, incluso con la linterna apagada. Fue la etapa en la que me topaba de morros con los tasugos, y en los que tenía mis primeras grandes observaciones de Pito Negro, pues allí dentro, descubriría un territorio, activo aún más de una década después.
Eliminar aquel miedo, fue una de las cosas que más sendas me abrió.
Y cómo ese, lo mismo me ha ocurrido con muchos otros.
Hace unos años, a mis fiestas invito a la cautela, pero no al miedo. ¿Y tú? ¿Dejas al miedo entrar en tus fiestas?

1 comentario:

  1. Buenas reflexiones son las que te da el mar, quien pudiera navegar por esas aguas en busca de respuestas. Aprovechalo.

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