Son las 5:30 de la madrugada y ya se ve. Hace media hora, rompiendo el alba, los sonidos de la noche eran rotos por un grupo de Monos Aulladores, que de cerca parecen motores, de lejos el luchar del viento sur en las ventanas de la mi tierruca. Sin duda, algo estremecedor para alguien que desconozca de dónde procede. Es hora de levantarse en el ranchito que Jonás y yo ocupamos en ese rincón de la selva a tan sólo 4 km del nido de Águila Harpía. Al levantarme, como cada mañana, la pareja de Garceta Sol sale de al lado nuestro para posarse fuera de nuestra vista.
Con luz directa del sol, montamos en la canoa, y volvemos a subir por aquella quebrada arriba, como hacemos cada mañana. Y pasa por mi mente lo que estará ocurriendo allá, en Cantabria, dónde el Corzo está ya tirando los cuernos, dónde el grueso de aves acuáticas del norte de europa estará llegando a Santoña bien para reponerse, bien para invernar, que los días durarán ya pocas horitas, y las frías noches se harán interminables bañadas en nubes gallegas. Y yo aquí...en esa parte del planeta donde no existen las estaciones. Donde cada día hay 12 horas de sol (de 6 a 6) y 12 de noche independientemente del mes que corra en el calendario. Donde la temperatura sólo varía dependiendo de la cobertura de nubes y sobre todo, de la hora del día que sea. Raro es bajar de los 25 grados, raro pasar de los 35. A las 6 de la mañana...no tengo el termómetro a mano para mirarlo, pero unos 27 grados hará.
¿Y qué será de mi familia? ¿Y qué de mis amigos? en un mes que ha pasado desde que marché, nada ni bueno ni malo ha tenido que pasar, pero cuando no tienes como comunicarte, piensas muy a menudo que cualquier cosa puede ocurrir sin que tu te enteres hasta que salgas de allí. Y entonces te entran ganas de imaginarte que estás de vuelta y que vuelves a ver a los tuyos, que sientes el placer de abrazarlos, el placer de ponerte un abrigo encima de un jersey cuando el cierzo sopla en Escandón, la mar se enfurece en Punta Ballota, o la ventisca te ataca en Peña Oroel. Vuelves a imaginarte que los 15 kg de arroz se te acaban, pero que no pasa nada porque a la vuelta de ese meandro, aparece un inesperado puesto de chorizo ibérico con pan castellano. Aquello es agotador, pero sabes que algún día podrás coger una garrafa de 5 l de agua de Solares, de esas a las que aquí no valoramos. Pero sabes que no, tienes que aguantar unas semanas aún en este, para tí, hostil clima y paisaje, y tu única ayuda, es la hospitalaria gente que allí habita, sin la cual, durarías como mucho tanto como tus víveres.
Pero empiezas a avanzar por el río y los acontecimientos diarios te hacen olvidar las penas o murrias que otra vez trepaban por tus greñas en busca de la cabeza pensante.
Y entonces, ¡tachán! Te aparece un Martín pescador de esos gigantes, de los que quitan el hipo, de los que parecieran del tamaño de una paloma de plaza mayor. O a otra vuelta, un bando de escandalosos Guacamayos vuelve a ejercitar tus cervicales. Las manadas de monos "rompiendo copas", los Gañidos lejanos de los Tucanes Goliblancos, ya reconocibles para mí tras los primeros días aquí dentro. Pequeños Tangaras, con colores tan potentes como pájaros de plastilina, o llamativos Hoatzines que siempre están en el mismo tramo. Eso por no hablar de a la velocidad a la que se te olvida todo si un Delfín amazónico, de esos blancos, te resopla a pocos metros. Aún no lo veas porque lo haga por detrás, oirlo, darte la vuelta, y ver sólo el vapor de agua, te hace decir por dentro: ¡SI! Estoy en la selva, estoy en uno de los sitios menos tocados de este planeta por la mano del hombre. Vivo con un grupo de ai's, de los que sólo alrededor de un millar viven, asisto a sus ceremonias, veo como pescan, sus niños me cantan y bailan canciones propias de la tribu, y el sitio por el que me muevo está virgen, pues la escasa densidad de población, no consigue apenas que la acción humana perturbe el equilibrio del ecosistema amazónico. Yo no los veo, pero sé que posiblemente, cada día, Tigres (Jaguares), Pumas u Ocelotes me vean tras esa rama que crece a la vera del río. Decenas de mariposas fantásticas adornan mi vista, y por suerte, sólo los zancudos, un género de mosquito, hace incómoda mi estancia debajo de ese techito de palmera que Mimi hizo con el objetivo de refugiarnos de las no raras lluvias. Desde allí, cada día, veo la evolución del "pollito" de Águila Harpía, veo como los padres le ceban, y veo como una comunidad indígena, encuentra en un estudio zoológico de conservación de su espacio un recurso para conseguir ese dinero necesario para afrontar ciertos gastos, que hoy día, incluso viviendo en la selva, a 200 km de la civilización, se hacen muy recomendables.
Y de vuelta en la quebrada, delante de la canoa, una Nutria Neotrópical se sumerge a escasos metros míos. Y avanzada la tarde, esta Garza-Tigre Castaña desafía al cazador (en este caso fotógrafo), confiando en su mimético plumaje, que en su posición al descubierto, de poco la habría servido. Tengo suerte de que un rayo de sol se cuela por las ramas del tunel ribereño de vegetación, y justo la ilumina a ella. Esto no suele pasar, y las condiciones de luz por lo tanto son muy pobres. Un flash me iría ideal, pero no es fácil cargar aquí las pilas...así que en la mochila están. Dentro de unas semanas, no tendré problemas para tener las pilas cargadas cada vez que me hagan falta. Pero entonces, tendré Corzos, y no tendré Garzas-Tigre.
Vuelvo a deducir, que hay que aprovechar lo mejor de cada momento. Ahora estas Garzas, y entonces estará el agua de las juentes, frescas, puras y limpias.
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