
Os adjunto una foto con uno de los primeros vuelos de Tranco. Al fondo, un grupo de Buitres Leonados disfrutan en la grada de tan codiciado espectáculo. El Quebrantahuesos, ¡ha vuelto a la sierra!
Entiendo dos tipos de esperas.
-La primera, es la que más utilizo. Consiste en colocarse en una atalaya y conseguir tener el mayor campo de visión. En este tipo de espera, siempre está asegurado el avistamiento de uno u otro animal. El inconveniente, es que casi siempre hay una gran distancia de por medio, lo que puede hacer disminuir la calidad de la observación.
-El otro tipo de espera, es el de apostar por un paso en el que creas que el objetivo va a pasar. La podríamos denominar la “cuerpo a cuerpo”, porque si tienes suerte, el animal te pasará muy cerca. Cuentas en este caso con muy pocas probabilidades de ver al animal, pero si tienes suerte, la puedes gozar con una observación a muy corta distancia. El inconveniente es que la observación, de darse, será fugaz o casi.
En ambos tipos, existen dos fases ineludibles. Me refiero a una inicial, en la que cada movimiento de una rama o cada sonido se convierte en una alerta llena de emoción, y una final, que suele durar desde pasada la primera hora hasta que te vas, en la que con el paso de los minutos te sientes cada vez más absurdo, y en la que lo que en principio parecía bastante posible, cada vez parece más improbable. Esto quiere decir que en los primeros minutos, parece que en cualquier momento va a aparecer el bichu que esperas, para más adelante sentirte como un gilipollas perdiendo el tiempo, después haberte hecho no sé cuántos kilómetros, de haberte levantado a las 5, de haber pasado un frío inmedible, etc. He vivido muchos de esos momentos de creerme el hombre absurdo. Se me viene ahora a la cabeza alguna espera de más de 3 días sentado sobre una nevera de plástico sin moverme...¿Me sentía yo? ¿O realmente era el hombre absurdo? U otra espera de 3 días dentro de 4 paredes a 0 grados, con ventisca en la calle, y sin fuego. En aquella además, no me comí una rosca. Confirmado, ha habido días en los que me gané la figura de AbsurdoMan. En esos denigrantes momentos, miro hacia atrás para darme cuenta de los resultados que al final me han acabado dando esperas pasadas. Es mi truco para no desesperar.
En estas estaba esta mañana, en la fase de sentirme gilipollas digo, cuando una Urraca alarmada me hace prospectar un sector del monte mediterráneo que me hospeda con los prismáticos. ¡Ahí está! Un Lince Ibérico avanza con la boca abierta para ventilarse hacia donde yo lo espero. Está a unos 50 m, y tiene toda la pinta de que me va a pasar cerca. La verdad es que no estoy muy escondido, pero después me doy cuenta que no importará demasiado, el bicho me ha visto, y para mi sorpresa, no influyo en la ruta que lleva en su GPS. Asombrado, contemplo como sin ocultarme, puedo disfrutar de un Lince Ibérico pasando a menos de 10 m míos con aparente normalidad. Desde luego, impensable con la mayoría de las especies. Algo hay en esta especie que hace que no tenga miedo a nadie, y está claro que el que no se les moleste y cace, tiene mucho que ver. Sobra decir que también es verdad que mi ropa era muy discreta, estaba medio tumbado, no hice nada de ruido... pero vamos, que el animal, verme me vió.
Andalucía, cómo el resto de la Península Ibérica, está en mitad de un festival cromático. La gente que conoce la zona, está impactada con los verdes tanto por su intensidad, como por su durabilidad. Otros años, los verdes por el sur se asoman levemente a los campos, para tornarse amarillos casi de inmediato. Este año, debido a lo lluvioso tanto del invierno como del mes de mayo, esto está mucho más húmedo que de costumbre, y parece que aguantará sin problemas hasta la primera parte del verano. Después, veremos que pasa.
En el apogeo de este festival, tanto las flores como las mariposas, ponen notas muy especiales al paisaje. Son concentraciones de pigmentos, que hacen de estos seres joyas naturales. Os pongo una foto de una Papillo macaon que saqué estos días atrás en una sierra andaluza.
Después de 4 días gozando de expléndidas comidas, horchatas, mañanas de pájaros, tardes de películas, y noches de charreteo y cervezas por tierras tanto turolenses como por las valencianas en compañía de amigos/as, partí con pena por lo corto de la estancia, y con sudor por las elevadas temperaturas. Debido a éstas últimas, tuve que hacer una parada cargada de azar en un pueblo de nombre Vallada para refrescarme un poquito. Cerca del pueblo, unos roquedos desviaron mi antención, y el rumbo de mi coche. Me interné por una red de caminos rurales que me llevarían a un punto en el que no podía seguir el coche. Aparqué, saqué el telescopio, e investigué la zona. Cuando ya pensaba marcharme, el rabillo de mi ojo adivinó algo corriendo a 20 m míos. Se trataba de una Bonuca. Muchos y muchas ya sabéis lo que es, para los que no, aclaro que es el nombre que se le da en la comarca del Nansa (Cantabria) a las Comadrejas Mustela nivalis.
Tras casi media hora de tedioso acercamiento hincando las rodillas en el lodazal que había creado una tormenta por la noche, conseguí acercarme a este singular mustélido, que hacía vida normal al mediodía, con una torrada (barbacoa) de una familia de unas 10 personas que freían y charlaban a unos 40 m de mi particular rececho. La vegetación arbórea de las huertas evitó que diera el espectáculo paparazzi más guarro que habrían presenciado en su vida.
Al final saqué gran cantidad de fotos a corta distancia con mi teleobjetivo. Aunque no es la más nítida, os pongo la del bostezo, porque presenciarlo a través del visor, fue un momento épico, como digo yo en estas ocasiones, ¡un nuevo Momento de Gloria!