Ayer pajareaba, y cuando cerraba la rosquilla en el mapa de un agradable paseo que me había ocupado toda la mañana, saltó la sopresa. De lejos, una gran rapaz venía hacia mí. Enseguida me dí cuenta de que no era ninguno de los 35 Buitres que había observado minutos antes. Estaba yo en una cotera sobre el pueblo, y sobre los dos, una adulta volaba no demasiado alta. Cicleó poco, tendiendo a seguir una dirección. En una de esas, giró la cabeza hacia arriba. Pensé que algo había visto por encima de ella, y quise creer que algún Cernícalo preparaba una ofensiva territorial. Me equivoqué. Su pareja, la superaba en velocidad y se dirigía rauda hacia ella. Cuando estaba a punto de darla alcance, la primera se volvía con un hábil y rápido giro poniéndose durante un breve instante boca arriba extendiendo unas poderosas garras, que en el aire, y sobre el pueblo, se encontraban con las de su pareja en lo que parecía un espectáculo creado para deleitar.

Sentado en la cotera, comtemplando aquella escena, era conmovedor ver como sobre el trajín que se traía la gente por las aceras, llendo a comer, viendo los coches parando y arrancando en los semáforos, en fin, la gente siguiendo su frenético ritmo de vida, una pareja de Águilas Reales, ignorando todo lo que allá abajo pasaba, o simplemente indiferentes a ello, se entregaba a sus juegos amorosos. Todo una observación digna de reportaje documental, y aconteciendo sobre 20.000 ojos, ciegos a lo que ocurre por encima del sexto.
