Estaba allí sentado, en una coteruca prelitoral. Y de espaldas al sol, intentaba interpretar lo que veía:
Verde que te quiero verde...
Un paisaje verde que me hacía sentir que estaba en casa. Verde, pero infestado de matices. Verde atravesado por líneas eléctricas pendiendo de metálicas torretas. Engarzado por caminos, carreteras y autovías. Un verde invadido por ajedrezadas urbanizaciones. Verdes forasteros en forma de ucálitos, que se han gramaticalizado en nuestro paisaje, igual que los anglicismos enraizan en nuestro idioma. Prados por doquier, que no por verdes y bonitos, son naturales. Robledales acidófilos, alisedas, fresnedas, encinares y saucedas, era lo que probablemente inundara esta fotografía si el hombre no estuviera presente.
Pero la realidad es que estamos presentes, y no queremos dejar de estarlo. Es más, aunque un porcentaje de voluntaria gente cediese su vida para no sumar a la masa, el impacto sobre el paisaje de nuestra actividad sería tan similar como igual. ¿Tiene por lo tanto sentido amargarse por el tinglau que tenemos montado? Sería tan estéril como hipócrita. A la cotera llegué sentado en mi coche emanando gases contaminantes tras atravesar 70 kilómetros de esas visibles (*eufemismo) autovías, que yo mismo ayudé a construir. La fotografía la hice con una cámara de fotos, cuya batería enchufé, como lo está ahora mi computadora. ¿Qué clase de pureza tendrían mis palabras si maldijera el presente cuando yo hago presente?
Podremos cambiar cosas, y podemos mejorar otras, pero hay que admitir primero cual es la realidad.
Hay que recorrer un largo trecho personal para llegar a esta conclusióm
ResponderEliminarUn gran realista!!!
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