Atardece en Pinares. Nutridos grupos de corzo, siempre cerca del bosque, salen atrevidos ahora a pastar los ricos brotes de recién germinado cereal. El sol, cada vez más cerca del horizonte, lo acaba perforando. Y se acabó el día.
Pero allá donde muere el día, nace la noche. Ulula lejano el cárabo, a quien vuelve a tocarle turno de noche. ¡Y el tan contento! ¿Qué más se oye? ¡Son sapos corredores! Al principio es uno sólo, le sigue alguna decena, y pronto, cientos de sapos corredores inundan el empapado valle con su profundo reclamo de celo. Hace pocos días el agua caía nevada del cielo, pero hoy chispea templada. Adivinan raudos los veloces arrugados la primavera, y deciden que es hora de entregarse al amor.
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