Baja el sol por Lluderu, y Ranes queda ensombrecido en un día cálido y agradable, acompañado con un poquito de viento sur, pero perfectamente soportable. Es la hora caliente en la que todos los bichos han de salir, y los antiojos trabajan ahora a pleno rendimiento. Puede salir por aquel sendero del Picu el Teju, o en aquellos praos de Buliezo. A ver...unas yeguas miran atentas a un arbusto y salen corriendo...¡ah, se han asustado de otra! ¡yo también me asusté!
Un zorro campea por Hijande, unos venaos salen por Los Sestiles, y yo por si acaso no pierdo ojo a Las Collainas, Aruz y Lluderu, cuatro-caminos de estos montes. Debajo mío se escucha un estruendo de maleza, me asomo a la peña que me alza sobre el valle, y descubro a un corzo marcando territorio. Está enciscau con una mata de roble, poniéndola fina, para acabar de rascarse las cuernas que le comenzaron a crecer a mediados de otoño, y que en cosa de medio año, le han quedado ya listas, afiladas, perladas y brillantes, listas para los próximos combates. Dada mi situación privilegiada, él no me ve ni me ventea, por lo que puedo tomarle, pese a la ya escasa luz, unas instantáneas.
En su ignorancia, estaba en un promontorio en el que se sentía seguro, sin embargo yo le robaba parte de su intimidad sin molestarle.
Amanece cubierto de niebla y decido bajarme. Por el camino de bajada, un bicho viene aún con poca luz y envuelto en la niebla de frente a mí. No me ve, y aprovecho para orillarme en el camino para ver hasta dónde se me acerca. Parece pequeño, y efectivamente, ahora si que vislumbro un momento íntimo. Una zorra, ¡viene por el camino con lo que parece un cachorro en la boca! Inmóvil yo, disfruto quieto de esta estampa de dificultad considerable. Cada vez, lo veo más cerca, y cuándo ya está a punto de ponérse para verla con todo detalle y sin vegetación por medio, a unos 9 metros míos, para dos décimas para darse la vuelta y huir con su retoño a un lugar seguro lejos de la presencia humana, que para desconocimiento suyo, en esta ocasión no le iba a causar riesgo alguno.
Encontronazos en los montes cantábricos que reconfortan las horas de espera, y dan aliento para las muchas que espero que queden por delante.
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